Podríamos definir el “consumo cultural” como aquel gasto
realizado por una persona u hogar en bienes y servicios
relacionados con una actividad creativa, artística, etc.; es decir, el
gasto relacionado con todo lo que es denominado “cultura”. Una
definición más concreta es la realizada por García Canclini, para
quien sería «el conjunto de procesos de apropiación y usos de
productos en los que el valor simbólico prevalece sobre los valores
de uso y cambio, o donde estos últimos se configuran subordinados
a la dimensión simbólica», esta definición, para el mismo autor,
abarcaría «no sólo los bienes con mayor autonomía: el conocimiento
universitario, las artes que circulan en los museos, salas de
concierto y teatros. También abarca aquellos productos muy
condicionados por sus implicaciones mercantiles (los programas de
televisión) o por la dependencia de un sistema religioso (las
artesanías y las danzas indígenas), pero cuya elaboración y
consumo requieren un entretenimiento prolongado en estructuras
simbólicas de relativa independencia» (1). Comprendería, por tanto, lo
que Bordieu llama “alta cultura” (museos, teatros,…) y la “baja
cultura” o “cultura popular” (p. ej., la televisión) (2) .
Frente a la definición de consumo cultural se encuentra la del
“consumo”, más amplia que la anterior. “Consumir” podría ser
definido como «adquirir o utilizar alguno de los bienes o servicios
que produce una sociedad determinada con el fin de satisfacer unas
necesidades inmediatas» (3). En todo caso, esta definición de
consumo sería la más sencilla, ya que son múltiples las definiciones
formuladas y éstas, a su vez, tienen matices dependiendo del
contexto en el que hablemos (p. ej., no es lo mismo el consumo en
macroeconomía que en microeconomía). En todo caso, el
“consumo” incluye al “consumo cultural” como un tipo específico de
consumo atendiendo al tipo de bienes y servicios.
Los datos económicos del consumo cultural en España:
La última estadística existente sobre el consumo de bienes y
servicios culturales en España se extiende de los años 2006 a 2010.
En dicha estadística podemos ver que, a pesar de la inflación, el
consumo ha disminuido de 972,90 € por hogar en 2006 a 910,40 €
en 2010. En especial, ha disminuido el consumo en “libros y
publicaciones periódicas” (de 209,20 € a 162,60 € en el mismo
periodo). También ha bajado el consumo en “servicios culturales”
(286,50 € a 267,50 € en el periodo señalado), que agrupa cine,
teatro, conciertos, museos, suscripciones y alquileres de vídeo o
televisión. También se produjo una reducción en el apartado
calificado como “otros bienes y servicios” (111,30 € a 61,90 € desde
2006 a 2010) y que incluye los instrumentos musicales, las
reparaciones y los soportes para el registro de imagen, sonido y datos. El único apartado que ha subido es el denominado como
“equipos y accesorios audiovisuales de tratamiento de la información
e internet” (365,90 € en 2006 y 418,30 € en 2010). Este apartado de
la encuesta incluye los equipos de imagen y sonido (televisión, vídeo
y equipos de sonido) y los servicios relacionados con internet; dentro
de dicho apartado, sin embargo, ha bajado el consumo de los
equipos fotográficos y cinematográficos, el tratamiento de la
información e internet y el material para el tratamiento de la
información. En total, es el subapartado referido a los “servicios
relacionados con internet” el que ha sufrido mayor incremento: de
95,40 € en 2006 a 172,60 € en 2010 (4) .
La rebaja en el consumo de bienes culturales ha supuesto
una disminución de empleos relacionados con la cultura de 553100
personas ocupadas en dichas actividades y servicios a 508700 en
2010. En todo caso, el punto de inflexión se produjo en 2008,
cuando alcanzó los 578300 empleados, acumulando hasta ese
momento una subida de 174100 empleados desde el año 2000
(cuando eran 404200 los empleados) (5).
En cuanto a la aportación al P.I.B. de las “actividades
culturales” en nuestro país fue de 2,8 % en el año 2010, algo menor
que la aportación en el año 2000, que fue del 3,1 %. De manera más
amplia, las “actividades relacionadas con la actividad cultural”
aportaron al P.I.B. de España un 3,7 %, mientras que en el 2000 fue de un 4,2 % (6). En definitiva, según la “Cuenta satélite de la cultura”,
contenida en el último “Anuario de estadísticas culturales”, se ha
producido a lo largo de estos últimos diez años una rebaja
progresiva. En términos comparativos con otros países, debemos
acudir a los últimos datos existentes teniendo en cuenta que no en
todos los países se realizan las estadísticas con carácter anual. A
modo de ejemplo, la importancia del sector cultural en el P.I.B. en
España es menor al de Estados Unidos (en torno al 7,75 % según
su último dato de 2001) o al de México (el 5,7 % según su último
dato en 1998), pero muy superior al de otros países (en Perú era del
0,8 % en 2005) (6) y a la media europea (que era del 2,1 % en 2003).
“Consumo” vs. “Consumo cultural”:
Siendo el “consumo cultural” una parte del “consumo” en
sentido amplio es necesario hacer una comparativa entre ambos
atendiendo a sus efectos. Dicha comparativa es clara en términos
cuantitativos, ya que las actividades de prestación de bienes y
servicios ajenos al “consumo cultural” es mucho mayor. Sin
embargo, las ventajas de una ampliación del consumo cultural,
incluso con su correspondiente disminución en el consumo del resto
de sectores productivos, podría suponer una serie de beneficios más
que destacables:
- Por un lado, desde el punto de vista ecológico, muchos de
los servicios y actividades culturales tienen carácter inmaterial y no suponen consumo de recursos naturales, que son limitados. Es
cierto que algunas actividades culturales sí que consumen recursos
naturales y generan contaminación. Por ejemplo, imprimir un libro
conlleva consumir recursos que van desde el papel hasta la energía
utilizada por las máquinas de la imprenta; pero este daño ecológico
se reduce cuando se reutilizan productos o son reciclados, por
ejemplo, el papel. En el caso de los libros digitales o ebooks, el daño
ecológico se reduce considerablemente. También es escaso, por
ejemplo, el daño a la naturaleza en el caso de un concierto o la
representación de una obra de teatro, limitado casi en exclusiva al
gasto energético.
- Otro beneficio del consumo de bienes y servicios culturales
es el producido para la economía nacional, al menos en el caso de
España. En un momento en el que la mayoría de los bienes
tangibles provienen de Oriente, las actividades culturales son
generalmente patrias o, en su defecto, de países con el mismo
lenguaje y entorno cultural (hispanoamérica). En un momento como
el actual, en el que el desempleo en España es de un 25,02 % (7) supondría una ayuda al empleo, pudiendo crearse nuevos empleos
en el ámbito cultural o produciéndose una migración de unos
sectores productivos a otros.
- Por último, si aumenta el consumo cultural, al menos dentro
de lo que hemos llamado “alta cultura”, se produce una
revalorización del sistema de méritos y capacidad en el mundo laboral. Damos por supuesto que las características del trabajo a
desempeñar en la “alta cultura” supone cierta especialidad, además
del esfuerzo empleado para adquirir las cualidades necesarias para
realizarlo. Todo lo anterior sin tener en cuenta unas cualidades
innatas que pueden ser imprescindibles para realizar actividades
concretas (pensemos, por ejemplo, en un pintor o un poeta).
Naturalmente, este planteamiento supone compartir la consideración
de las actividades culturales como actividades superiores que
exigen unas características que nos hacen mejorar como personas.
El ejemplo que supondría un trabajo bien considerado y remunerado
en el ámbito cultural sería ejemplarizante para el resto de la
sociedad y, especialmente, para los jóvenes. En términos más
generales y relacionado con lo anterior, el “consumo cultural”
produciría un progreso cultural y humano. También en este caso
partiríamos de la consideración de que el hombre sufre una
evolución positiva a lo largo de los siglos ayudada por el desarrollo
de varias facetas entre las que sobresaldría la cultura.
Como crítica al aumento del “consumo cultural” surgen
voces que entienden que algunas actividades están sobrevaloradas,
especialmente en lo relacionado con lo que hemos llamado “baja
cultura”. Según estas opiniones, algunas profesiones, como los
cantantes comerciales, los actores de cine o los presentadores de
televisión, tienen un prestigio y reciben una remuneración exagerada
y no proporcional al trabajo que desempeñan. En todo caso, esto es
válido cuando hablamos de grandes productoras o editoriales, no así
de las independientes o pequeñas, menos vinculadas al mundo
comercial.
A modo de conclusión:
En los tiempos que corren es complicado reclamar un mayor
consumo, sea del tipo que sea. Pero no estaría mal reducir el
consumo de bienes materiales en pro de un “consumo cultural”. Por
ejemplo, podríamos optar por no comprar aquel cachivache que
hemos visto en una tienda y que, posiblemente, acabe en un rincón
de la casa o en el trastero, cuando no en la basura. En su lugar,
¿por qué no adquirir un buen libro de una pequeña editorial, acudir a
un concierto de música indie o comprar un bello cuadro de un pintor
desconocido pero no por ello menos valioso? Seguro que la
naturaleza, la economía nacional y la sociedad se lo agradecerá.
1. GARCÍA CANCLINI, Néstor. Los estudios sobre Comunicación y Consumo: el trabajo interdisciplinario en Tiempos Neoconservadores. Revista Académica de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social.
2. ENRIQUE ALONSO, Luis. La sociología del consumo y los estilos de vida de Bordieu. Cultura, desigualdad y reflexividad: la sociología de Bourdieu(pág. 164). Los Libros de la Catarata, 2003.
3. VV.AA. Sociopsicología del trabajo (pág. 206). Editorial UOC, 2006.
4. Todos estos datos pueden corroborarse pinchando aquí.
5. La estadísitica detallada se encuentra aquí.
6. Estos y otros datos sobre la participación del sector cultural en el PIB pueden
leerse en este enlace.
7.Según los datos de la Encuesta de Población Activa del tercer trimestre de 2012.
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